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Curiosidades de Madrid

 



Las estatuas de la Plaza de Oriente 
La Plaza de Oriente está poblada con numerosas esculturas de los reyes godos. En sus tiempos, esas estatuas estaban colocadas en la cornisa superior del Palacio Real pero debido a su peso, Carlos III decidió retirarlas. En la plaza se quedaron veinte reyes españoles, correspondientes a cinco visigodos y a quince monarcas de los primeros reinos cristianos de la Reconquista. Algunas de esas estatuas, las que no parecían peligrosas, se quedaron en su atalaya palaciega, dos de ellas se encuentran en el segundo piso de la fachada del palacio que da a la plaza de la Armería.

Fíjate en ellas detenidamente, mira el tocado de sus cabezas, llevan plumas y eso no es propio de un godo de pelo en pecho. Pues estas dos estatuas son nada más y nada menos que Moctezuma y Atahualpa. El motivo por el que estos dos personajes americanos se encuentren entre la realeza goda hispánica no es otro que el deseo de Carlos III por incluirles, ya que el extinto territorio Inca y Azteca eran territorios conquistados por España y el rey quiso tener este detalle con ellos.

En este lugar ocurrió un hecho muy curioso en el siglo pasado. En 1910, con la llegada del cometa Halley, hubo mucho revuelo en todo el mundo, los más agoreros dijeron que el cometa impactaría con la Tierra provocando su destrucción. Este tipo de anuncios catastróficos provocó muchos suicidios en todo el mundo. Las Vistillas Las Vistillas se encuentran en una de las supuestas siete colinas que tiene Madrid, se llama así por las bonitas vistas que desde allí se divisan.

Algunos periódicos madrileños de la época, de forma jocosa, propusieron que los madrileños fuesen a las Vistillas a pasar un día de fiesta, así si el cometa impactaba con la Tierra todos morirían contentos y felices después de un día de fiesta, si no pasaba nada, disfrutarían de la fiesta y del espectáculo en el firmamento. No hace falta de decir que los que asistieron a las Vistillas disfrutaron de la fiesta y de un momento único en la vida en un lugar fantástico de Madrid.

El edificio “Metrópolis”
Desde 1911, el edificio Metrópolis nos da la bienvenida al entrar a la Gran Vía. Es uno de los edificios más bonitos de la zona pero, es por la noche, cuando está iluminado, el momento en el que nos ofrece una imagen realmente bonita. Actualmente este edificio es propiedad de la compañía Metrópolis, antaño lo fue de la compañía de seguros La Unión y el Fénix y en su cúpula había una escultura que representaba un ave fénix. Esta compañía de seguros, tiene en todos sus edificios una escultura de un ave fénix, podemos ver algunas en varios puntos de Madrid, como en la Castellana o en Gran Vía. Hoy la escultura que corona el edificio Metrópolis no es un ave fénix, es una victoria alada que se colocó allí en los años setenta al cambiar de dueños el edificio.

La escultura original, la que coronó el edificio Metrópolis, la que fue testigo mudo de un Madrid de coches de caballos, tranvías e incluso fue testigo de los terribles bombardeos de la aviación fascista durante la Guerra Civil, sigue en Madrid, ¡por algo es un ave fénix! La escultura original se encuentra no muy lejos de su antiguo emplazamiento, está en uno de los nuevos edificios de la compañía de seguros en el Paseo de la Castellana. Desgraciadamente para la escultura, ya no disfruta de las estupendas vistas que tuvo en el pasado, se encuentra a ras del suelo, oculta entre frondosos árboles.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez 
Nada o casi nada queda de los lugares que conoció Velázquez, ni la iglesia de San Juan donde fue enterrado, ni el Alcázar que tanto visitaba por ser el pintor de cámara de los reyes, ni su casa, a pocos pasos del Alcázar, la Casa del Tesoro, ni el obrador donde fue pintado el cuadro que estaba anejo a su casa. La iglesia de San Juan fue derribada por José Bonaparte para construir la Plaza de Ramales, el Alcázar fue pasto de las llamas en la Nochebuena de 1734, hoy sobre sus restos se levanta el Palacio Real. La Casa del Tesoro y el obrador donde se pintaron las Meninas también desaparecieron por obra de José Bonaparte para construir la actual Plaza de Oriente.

Todo desapareció, incluso los restos mortales del pintor, lo que no ha desaparecido son sus obras ni el recuerdo de aquellos lugares en el que el pintor vivió. En la Plaza de Oriente, justo donde se encuentra el Café de Oriente, hay una placa que recuerda que en ese mismo lugar vivió y trabajó uno de los grandes genios de la pintura y donde se pintó uno de los cuadros más importantes y más influyentes de la historia del arte, Las Meninas.

La estatua ecuestre de Felipe III 
Todo el mundo sabe que los caballos son herbívoros, todos menos uno, el caballo que es montado por el rey Felipe III y que se encuentra en el centro de la Plaza Mayor. La escultura fue realizada a principios del siglo XVII y fue un regalo del Gran Duque de Florencia al monarca español. En un principio la estatua estaba en la Casa de Campo hasta que en 1848, la reina Isabel II ordenó el traslado a la Plaza Mayor.

Durante todos estos siglos el caballo se alimentó de cientos de gorriones y otros pajarillos que tuvieron la desgracia de meterse en su boca para buscar cobijo, los incautos pájaros en vez de cobijo encontraban una trampa mortal. Los pobres pájaros quedaban atrapados en el interior de la estatua, en la más absoluta oscuridad y sin escapatoria, esperando una muerte larga, cruel y anónima.

Obviamente nadie sabía que esto ocurría hasta que en 1931, unos exaltados derribaron la estatua y la hicieron pedazos, descubriendo un verdadero cementerio de pajarillos en el interior del caballo. Cientos y cientos de pequeños esqueletos y plumas salieron a la luz para asombro de los que presenciaron la escena, exaltados incluidos. Al finalizar la Guerra Civil se restauró la estatua y aprovecharon para sellar la boca al caballo impidiendo así que otros miles de pájaros corrieran la misma suerte.

El púlpito del Arco de Cuchilleros 
Pocos, muy pocos recaen en la presencia de una barandilla metálica en el interior del Arco de Cuchilleros que vivió en primera persona un episodio decisivo en nuestra historia reciente. El arco es una de las nueve puertas que posee la Plaza Mayor, posiblemente sea la más evocadora de todas ellas y desemboca en la colorida y efervescente Cava de San Miguel. Su nombre oficial es “Calle de la Escalerilla de Piedra”. En el interior del mismo, antes de dar paso a los estrechos peldaños de su escalinata existe a mano derecha una plataforma de piedra coronada con una barandilla metálica de forma semicircular y que nos evoca claramente a un púlpito.

Sin embargo, ahí donde lo veis, tuvo un papel decisivo en la historia de Madrid. Desde esta plataforma, Antonio, un fraile del Convento de San Gil, arengó y motivó con su discurso a una importante masa de madrileños para que se sublevasen contra las fuerzas invasoras. Hablamos de las tropas francesas y de mayo de 1808. Así es, en ese punto se originó el germen que dio lugar a la Guerra de la Independencia. Ahí nació el espíritu que llevó a alzarse contra los hombres de Napoleón. Otra fecha importante para este escurridizo rincón fue el 1978, aunque por otros motivos. Durante aquel año parece que los vándalos de Madrid la tomaron con él ya que hasta en dos ocasiones, la segunda un once de noviembre, la barandilla fue robada por lo que el Ayuntamiento tuvo que reponerla. Como una última curiosidad indicar que junto al púlpito podemos ver el acceso a un portal, a una casa de vecinos. En ese bloque fue donde Benito Pérez Galdós ubicó la vivienda de Fortunata, una de las dos protagonistas de su novela “Fortunata y Jacinta”

El cocodrilo de la Iglesia de San Ginés
 ¿Qué pensaríais si entraseis a una iglesia y os encontraseis un cocodrilo disecado de cerca de dos metros de largo? Esta pregunta que suena a chiste no hace mucho lo vivían en primera persona todos aquellos que se acercaban a una céntrica iglesia de Madrid, ¿a cuál? La respuesta la hallamos en la Calle Arenal, nº13, en la peculiar Iglesia de San Ginés. Sin ser una de las más bonitas de Madrid, las historias que en torno a ella perduran, como la del fantasma sin cabeza, siempre la han puesto en el disparadero. Hoy vamos con otra curiosidad, esta mucho más real y tangible que la del espectro aunque también con su parte de leyenda. Hasta hace recientemente poco, en una de las capillas del templo, la Capilla de la Virgen de los Remedios, los fieles y los visitantes no podían evitar poner una cara de asombro al observar a los pies de la virgen un cocodrilo disecado de grandes dimensiones pero, ¿cómo llegó el reptil a ese sagrado lugar?

El culpable de esta exótica presencia fue Alonso de Montalbán, Comisionado de los Reyes Católicos quien en uno de sus viajes por América fue perseguido por un grupo de cocodrilos, seguramente con no muy buenas intenciones. Tras lograr ponerse a salvo en una isla, de nuevo, tanto él como su familia, se vieron amenazados por otro gran cocodrilo. Para salir vivos de aquella tesitura, Alonso se encomendó a la Virgen de los Remedios. Tras escapar sano y salvo de la persecución del reptil, a su regreso a Madrid, mandó esculpir la imagen de la Virgen y a sus pies, ordenó colocar al cocodrilo disecado, en recuerdo de aquella milagrosa hazaña. El animal estuvo a la vista de todos, feligreses y curiosos, desde 1522 hasta hace poco tiempo, cuando un día, misteriosamente, desapareció de su sitio. Según se cuenta, el párroco estaba ya cansado de las visitas a la “capilla del lagarto”, que poco tenían que ver con la fe y que sólo iban en busca del animal, así que optó por retirarlo de la “vida pública”, alejado de las miradas curiosas.

El Palacio de Liria
 El Palacio de Liria, residencia de la Casa de Alba en la capital fue promovido por el Tercer Duque de Liria a finales del Siglo XVIII quien quería un flamante palacio para su dinastía. El Duque le dio una orden clara y concisa al arquitecto del proyecto, Gilbert, el palacio debía levantarse sobre el lugar más sano y saludable de toda la ciudad. Fue entonces cuando el francés echó mano de un método tan sencillo como primitivo. Colocó varias tiras de carne de ternera al aire libre, repartidas por toda la ciudad, y volvió tras varias semanas a ver en qué estado de encontraban. Su sorpresa fue comprobar que casi todas estaban en avanzado estado de putrefacción menos una que se conservaba mucho mejor. Ésta, situada al final de la Calle de los Afligidos (actual Calle Princesa) se beneficiaba de los aires procedentes de la sierra y mostraba un aspecto más saludable, una pieza de carne que marcó la ubicación exacta donde se debería levantar el futuro Palacio de Liria.

El alumbrado público de Madrid 
El primer alumbrado público lo impuso Felipe II, quien obligó a los habitantes de la villa a «encender, limpiar y conservar las farolas de aceite en las fachadas. El 15 de octubre de 1765 se inauguró un nuevo sistema de alumbrado consistente un unos faroles de algodón empapados en aceite y protegidos con cristales, sujetos a la pared con palomillas de hierro. Se instalaron 4.408 atendidos por 100 faroleros.

El primer teléfono en Madrid 
El primer teléfono que funcionó en Madrid fue el que se utilizó, con carácter privado, por Alfonso XII en 1879 para unir el Palacio Real con el Palacio de El Pardo. En 1885 se abrió el servicio a abonados, contando con tan solo 49 debido a su alto precio: 600 pesetas. Primer teléfono inventado por Graham Bell

Hubo dos. Uno situado a las afueras de la puerta de Fuencarral, en la actual glorieta de Ruiz Jiménez desaparecido en el primer tercio del siglo XIX y dando lugar al Hospital de la Princesa. El otro se hallaba a la entrada de la calle Serrano, entre la de Claudio Coello. Desapareció sobre 1734, cuando se construyó la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, narra María Isabel Gea Ortigas. Quemaderos de la Inquisición

La Calle del León 
La Calle del León es una calle de simple trazado, recta y estrecha a la que sin embargo, se le percibe una personalidad diferente. Nace en la Calle del Prado y desemboca en Atocha, muy cerca de la estación de metro de Antón Martin, apenas unos 250 metros que nos llevan desde las edificaciones típicas del Siglo de Oro español hasta la segunda mitad del Siglo XX. Una travesía de varios siglos que se puede realizar a pie, en pocos minutos. En la placa de la Calle del León se resume perfectamente la anécdota que originó su nombre. Según cuenta la tradición hubo en esta calle un indio que tenía un león dentro de la jaula y que, a modo de espectáculo, lo enseñaba a la gente a un precio de dos maravedíes. La presencia de esta curiosa atracción terminó por bautizar la calle.

En esta breve pero intensa vía vivió durante varias temporadas nuestro escritor más universal, Miguel de Cervantes, exactamente en el edificio que hace esquina con la calle que lleva su nombre, Calle de Cervantes. Además la Calle del León, antes de denominarse así se llamaba Calle del Mentidero pues fue aquí donde estuvo uno de los mentideros más importantes de la Villa, el de los Cómicos. (Los mentideros eran los puntos de encuentro en los cuales, durante el Siglo de Oro, la gente de Madrid se reunía para hablar y conversar de cualquier tema). El idilio de la Calle del León con la literatura no termina aquí y es que en el número 27 nació todo un Premio Nobel como Jacinto Benavente.

Se trata de la fuente de los Caños del Peral, un pequeño monumento del siglo XVII que está situado bajo la plaza de Isabel II. En sus orígenes, formaba parte de unos baños árabes y pasa por ser una de las primeras fuentes de la ciudad.Junto a ella había un acueducto, llamado de Amaniel, que suministraba agua hasta el cercano Palacio Real. Al realizar obras en la zona a principios del siglo XIX, se decidió ‘enterrar’ la fuente, que ha permanecido oculta durante casi 200 años hasta que a principios del s. XXI unas reformas en el suburbano madrileño la volvieron a descubrir. Ahora forma parte de un reducido museo arqueológico de 200 metros cuadrados que bien merece una visita si las prisas por coger el metro lo permiten. Una fuente monumental en el metro Antes de coger el metro en la céntrica estación de Ópera hay que acercarse a una joya escondida hasta hace muy poco en Madrid.

De paseo por la calle Mayor, en pleno centro de Madrid, el número 61 esconde un edificio que suele pasar desapercibido por la mayoría de los transeúntes. Se trata de la considerada como ‘casa más estrecha’ de la capital. Con poco más de cuatro metros de ancho, este inmueble antiguo se ha conservado gracias a que entre sus paredes vivió y murió, en 1681, una leyenda de la literatura española como Calderón de la Barca. Tan ilustre habitante hizo que se quisiera mantener en pie un edificio que, de otra forma, no hubiera resistido a la modernización de la ciudad llevada a cabo a lo largo de los siglos posteriores. La casa más estrecha, hogar de Calderón de la Barca

La capital alemana y Madrid están hermanadas –sus escudos incluso están protagonizados por un oso- y esa unión hizo que tres bloques del muro fueran trasladados a la urbe española para que sus habitantes pudieran recordar este episodio negro de la historia. Incluso estos fragmentos cuentan con sus pinturas originales, aunque estuvieron a punto de ser borradas por un funcionario despistado. Están instalados en el parque de Berlín, entre las calles de Príncipe de Vergara y Ramón y Cajal, en pleno Chamartín. Casi cinco hectáreas de verde que acogen, entre otros elementos, una estatua de Beethoven y otra del oso berlinés. Un rincón muy alemán idóneo para disfrutar de un buen paseo. El muro de la vergüenza… en Madrid Durante gran parte del siglo XX un muro separó una ciudad, un país y el mundo entero. Berlín vivió durante años dividida por un bloque de hormigón y cemento de más de 150 kilómetros y 3,5 metros de altura que, hasta su caída el 9 de noviembre de 1989, avergonzó a la humanidad.

La plaza más pequeña y la calle más corta 
Más céntrica, imposible... En pleno Madrid de los Austrias. No en vano, la atraviesa la diminuta calle del Conde y, un poco más allá, aparece la calle Segovia. Allí se sitúa la plaza más pequeña de la capital, la Plazuela de San Javier, presente ya en los planos de la urbe del siglo XVIII. Un flamante palacete rojo con título nobiliario incluido en su escudo se erige como epicentro. Un lugar en el que perderse, desde luego. El lugar es el escenario, además, de la mítica zarzuela de Luisa Fernanda, estrenada en el año 1932. Mientras la calle más corta de Madrid está en pleno centro y por ella pasan al día miles de personas. Se trata de la calle Rompelanzas, de apenas unos metros entre las calles de Preciados y del Carmen. Se tarda pocos segundos en cruzarla. La vía más larga de la ciudad es, por cierto, la calle de Alcalá, que cuenta con más de 10 kilómetros de longitud.

El Cementerio de los Ingleses 
Por no ser católicos se les impedía ser enterrados en un cementerio al uso. De ahí que éste asentado en el barrio de Carabanchel (actual calle Comandante Fontanes) diera cobijo a los cuerpos de los extranjeros. Y de ahí también el nombre, Cementerio Británico, aunque no todos los inquilinos tienen esa nacionalidad. Y es que el primer enterramiento fue el del señor Arthur Thorold en 1854, inglés de pura cepa. Luego llegarían los Bauer, Parish (fundadores del Circo Price) y hasta miembros de la familia Loewe. Ya no suelen celebrarse actos funerarios, pero sí es posible enterrar cenizas.

En 1796 se compraron unos terrenos cerca de la actual plaza de Colón, pero al no obtener el permiso para realizar enterramientos allí, debido a que por el crecimiento urbanístico ya se encontraban en el centro de la ciudad, nunca se usaron para este fin; en esta ubicación se encuentra actualmente el consulado británico. Posteriormente hubo un intercambio de terrenos entre los dos gobiernos y la correspondencia oficial ya nombra el actual emplazamiento en 1850, «a la derecha de la carretera de Carabanchel, más allá del Puente de San Dámaso», cuyas escrituras datan del 17 de agosto de 1853. El gobierno español presionó para que los enterramientos se hiciesen «sin culto, ritual, pompa, ni publicidad», aunque la revista Illustrated London News, recogió un enterramiento en el que participó «una carroza fúnebre de cuatro caballos, seguida de ocho carruajes». Desde principios del siglo XX se permite el enterramiento de miembros de otras confesiones, aunque no sean cristianos, por lo que también hay una parte judía e incluso una tumba musulmana.

Una bodega de cine: Se celebran presentaciones, se ruedan películas y anuncios, se organizan cócteles... Todo cabe en la Antigua Bodega San Blas (Bodega de los Secretos), un fascinante enclave de 360 metros cuadrados esculpido a base de arcadas de piedra originales. Se levantó en el siglo XVIII para la elaboración y conservación de tinajas de vino, siendo una de las bodegas con más solera de la capital. Su ubicación: a apenas unos pasos de la estación de Atocha, en la calle San Blas, 4, como su propio nombre indica. Es decir, el Barrio de las Letras.

El origen árabe de Madrid, o Magrit / Mayrit, aún sigue presente en la capital. Poco queda de la presencia musulmana en la ciudad, pero quien quiera descubrirla debe acercarse a la Cuesta de la Vega (cerca de la Catedral de la Almudena). Allí podrá ver los restos de la antigua muralla que rodeaba la ciudad allá por el siglo IX. Pasa por ser la construcción aún en pie más antigua de Madrid, si se tiene en cuenta que el Templo de Debod (cerca de la plaza de España) fue traído piedra a piedra desde Egipto y, por tanto, su antiguo origen está en el país africano. La muralla árabe de Madrid

Muchas ciudades europeas cuentan con carrillones centenarios que atraen a multitudes. Praga o Múnich tienen buenos ejemplos. Madrid no tiene uno tan popular, pero sí compite en encanto. Se trata del carrillón situado desde principios de los 90 en el número 8 de la plaza de las Cortes, junto al hotel Palace. El carrillón de las Cortes Conocido como el carrillón de Groupama, por la marca de seguros alojada en el inmueble, dispone de cinco alegres figuras, creadas a tamaño natural por el dibujante de culto Antonio Mingote, que salen al exterior puntuales a las doce del mediodía y a las ocho de la tarde para saludar a los presentes. En fechas especiales o en Navidad, los autómatas amplían el horario y ofrecen su espectáculo a las 12, 19, 20 y 21 horas. ¿A quién representan las figuras? Son el pintor Francisco de Goya, el rey Carlos III, la duquesa de Alba, el torero Pedro Romero y una ‘manola’, la típica mujer castiza de Madrid.

Pocas esculturas al aire libre hay dedicadas a Lucifer en el mundo y una de ellas está en Madrid. El imprescindible Parque del Retiro esconde esta joya de Ricardo Bellver, instalada para ser admirada por los viandantes desde 1885. ¿Un homenaje al ángel caído o una lección de las consecuencias de la soberbia? Los ángeles caídos de Madrid La controversia siempre ha acompañado a esta imagen que, además, está situada a una altitud topográfica oficial de 666 (el número de Satanás) metros sobre el nivel del mar. Una réplica de la misma está situada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (calle de Alcalá, 13). La capital cuenta con otro ‘ángel caído’, aunque oficialmente no representa a Lucifer, en el tejado del edificio que hace esquina entre la calle Mayor y la calle Milaneses.

El reloj mas grande de Madrid 
Algunos relojes tienen una función meramente práctica, la de informar al peatón, entre sus habituales prisas, de la hora en la que vive. Otros aparecen más por una función estética. Espolvoreados por Madrid habitan un buen número de relojes. Los hay famosos, como el de la Puerta del Sol, solares, como por ejemplo en la Plaza del Rey, o articulados, como el de la Calle de la Sal pero ¿cuál es el más grande de todos? Resulta que éste lo encontramos en el exterior de la Estación de Atocha, coronando una torre cuadrada de ladrillo. Sobre un fondo blanco, desde la distancia es imposible hacerse a la idea de que sus manecillas miden 5 y 7 metros respectivamente, aunque en esta foto, si las comparamos con el tamaño de la puerta y el de la barandilla ya vamos asimilando su descomunal talla.

La Iglesia de San Pedro el Viejo no es una de las más bellas y espectaculares sin embargo es, junto a la Iglesia de San Nicolás de los Servitas, uno de los templos más antiguos de Madrid puesto que ambas aparecen ya mencionadas en el Fuero de Madrid 1202. ¿Por qué la Iglesia de San Pedro el Viejo se llama así? Resulta que originalmente el nombre de esta iglesia era “San Pedro el Real”, y así lo fue durante siglos, hasta el año 1891 cuando dejó de ser parroquia en favor de la actual Iglesia de la Paloma, cuyo nombre oficial resulta que es precisamente ese “San Pedro el Real”. Fue entonces cuando los madrileños buscaron una nueva denominación para la iglesia original ya que la existencia de dos templos con el mismo nombre podía dar lugar a equivocaciones. Pronto optaron por rebautizar al vetusto templo con el nombre de “San Pedro el Viejo” para honrar así su dilatada veteranía. Dicho y hecho. Desde entonces, todo el mundo que quería referirse al templo ubicado en la Calle del Nuncio lo hacía refiriéndose a él como San Pedro el Viejo. en el tejado del edificio que hace esquina entre la calle Mayor y la calle Milaneses.

Es posiblemente la única fuente en chaflán que tiene Madrid. Una discreta obra que resulta prácticamente invisible a los ojos de quien pasa a su lado. Aún así, es otro de los cientos de detalles que salpican la ciudad con curiosidades que merecen ser atendidas, quizás así la miremos con otros ojos. Ella es, la Fuente de los Delfines. La fuente que siempre estuvo ahí. La Fuente de los Delfines La antiguas Escuelas Pías, hoy Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, ocupa una gran manzana que rodean las calles de Farmacia, Hortaleza y Santa Brígida. Es precisamente en el cruce de estas dos últimas donde vive, con más pena que gloria, una misteriosa y discreta obra conocida como la Fuente de los Delfines, que antaño brilló mucho más, con otro nombre y otro aspecto. Su diseño original corresponde a Ventura Rodríguez, uno de los arquitectos más brillantes de la época, autor en Madrid de edificios como el Palacio de Liria o la Iglesia de la Encarnación. Él ostentaba el cargo de Maestro Mayor de la Villa y de sus Fuentes y Viajes de Agua por lo que recibió el encargo de ‘adecentar’ una fuente que ya existía en ese mismo espacio mucho tiempo atrás y que aparece en el genial plano de Texeira, la Fuente de las Recogidas llamada así por estar junto al Convento de las Recogidas (o Arrepentidas).

Las fuentes de Cibeles y Neptuno son hermanas, ese es un dato que algunos ya conocen, lo que menos gente sabe es que en realidad son trillizas ya que tienen una última familiar, menos conocida y afamada. Semioculta entre árboles, la fuente de Apolo completa esta particular familia de piedra. Fue durante el reinado de Carlos III cuando el Paseo del Prado sufrió una profunda reforma. Bajo el nombre de Salón del Prado se pone en marcha un ambicioso proyecto que arrancaba en la Glorieta de Atocha (o del Emperador Carlos V) hasta la mencionada Cibeles y que buscó acondicionar y embellecer una zona que, con el paso de los años, se había sumido en el abandono. La hermana secreta de Cibeles y Neptuno

Dentro de este lavado de cara, Ventura Rodríguez recibió el encargo de diseñar tres conjuntos escultóricos relacionados con la mitología. Así surgieron las famosas fuentes vecinas de Cibeles y Neptuno pero como digo, existe una tercera en la que menos gente repara, dedicada a Apolo. Si caminamos por la zona central del Paseo del Prado, a la altura del Número 6, nos encontraremos con nuestro escurridizo e inmóvil protagonista. Es verdad que mientras Cibeles y Neptuno ocupan la posición central de una plaza, a la vista de cualquiera, el Dios de las Artes, habita en un lugar mucho menos visible, lo que hace que sea un relativo desconocido tanto para la gente que vive en Madrid como para los visitantes. Se empezó a construir en 1780 y se inauguró en 1803. También es conocida como la Fuente de las Cuatro Estaciones ya que en el pedestal sobre el que se erige Apolo encontramos, en las esquinas, alegorías de los cuatro periodos que componen el año. También aparecen en la fuente, en los dos laterales, las cabezas de Medusa y de Circe, que mucho más inofensivas que en la mitología se dedican a lanzar agua desde sus bocas. Coronando la fuente, está el Dios Apolo sujetando una lira, instrumento que utilizaba para dirigir el coro de las nueve musas, y aplastando con su pie a una serpiente.

Desde 1919 Francisco Goya, autor de cuadros como ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’ o ‘Los caprichos’ descansa en Madrid, más concretamente en la Ermita de San Antonio de la Florida, acompañado de una de sus más geniales obras. Sin embargo, lo hace bajo una misteriosa circunstancia, sus cuerpo reposa decapitado. ¿Dónde está la cabeza de Goya? Toda la rocambolesca historia que rodea a los restos mortales de Goya comenzó de una forma arbitraria y casual. Estaba en 1880 el cónsul español en Burdeos, Joaquín Pereyra visitando la tumba de su mujer en el cementerio de la ciudad francesa cuando descubrió, con asombro, que allí mismo, a no muchos metros, descansaba el ilustre artista aragonés, fallecido precisamente en Burdeos en 1828. Ya resulta insólito que durante esos 52 años a nadie le hubiese dado por cuestionarse el paradero del autor de cuadros como ‘La maja vestida’. El caso es que una vez realizado el descubrimiento, Pereyra comenzó el correspondiente trajín burocrático para devolver los restos a España, un tedioso proyecto que se alargó durante varios años y que reportó una intrigante sorpresa al exhumar el cadáver. Allí estaban los restos del pintor pero con una ausencia significativa, faltaba su cabeza.

La estupefacción de los presentes no se hizo esperar. De nuevo ajetreo burocráctico y ante las dudas que amenazaban con paralizar el proceso, un tajante telegrama llegado de España: “Envíe Goya, con cráneo o sin él”. Y así fue, los restos del aragonés abandonaban Francia en junio de 1899 para ir a parar a la sacramental de San Isidro. Penúltima parada de Goya ya que, en 1919, sus restos eran reubicados, de forma definitiva, en la Ermita de San Antonio de la Florida, donde aún podemos visitarlos. La pregunta es obvia y necesaria ¿qué sucedió con la cabeza del pintor? cabeza del pintor? Aquí surgen muchas teorías, algunas más infundadas que otras. La primera dice que, aún en vida, Goya le dio permiso a su amigo el Doctor Laffargue para que, una vez muerto le cortase la cabeza y procediese a un estudio frenológico. En aquel momento la frenología (una pseudociencia que se apoyaba en la forma del cráneo para trazar nexos con los rasgos de la personalidad de la gente) estaba muy de moda, así que es posible que su decapitación se realizase para tal efecto. Otras voces dicen que el cadáver de Goya fue profanado y su cabeza cortada, con el mismo objetivo que en la anterior hipótesis, un estudio frenológico, pero añadiendo la variante de que sin su consentimiento. Otra teoría apunta a que fue el artista quien pidió que su cabeza fuese llevaba a Madrid para ser enterrada junto a la Duquesa de Alba.

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