Da la impresión de que para responder habría que emprender una carrera de
obstáculos a través de muchos impedimentos, entre otros, los que nos impone el
acelerado consumismo; pero la pregunta sigue ahí. Y es precisamente un relato,
un relato histórico, el que nos abre las puertas al real significado del
"espíritu navideño". Un relato simple y preciso que dice: "En aquella época
apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo
en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la
Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía
a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén
de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con su esposa, que estaba
embarazada. Mientras se encontraban en Belén le llegó el tiempo de ser madre; y
María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue" (Lc.
2:1-7).
Respecto a este relato, en su época de Cardenal, el Papa Francisco
decía: se trata de un hecho histórico, sencillo y con marcada referencia al
camino andado por el pueblo de Israel. Dios eligió a su pueblo y le hizo una
promesa; no le vendió ilusiones, sino que, en sus corazones, sembró la
esperanza; esa esperanza en El, que se mantiene fiel, pues no puede desdecirse a
sí mismo. Así se manifiesta el "espíritu navideño": promesa que genera
esperanza, se consolida en Jesús y se proyecta, también en esperanza.
El
relato citado continúa narrando la escena de los pastores, la aparición de los
ángeles y el cántico que es mensaje para todos: "Gloria a Dios en las alturas, y
en la tierra paz a los hombres amados por él". La esperanza no sólo apunta al
futuro, sino que también se desborda en el mismo presente y se expresa en deseos
de paz y fraternidad universal, que para convertirse en realidad, de dar y
recibir, primero se ha de enraizar en cada corazón.